En la encrucijada de las técnicas actuales, Romann rueda en película, revela él mismo sus películas y luego las digitaliza con un escáner dedicado a los negativos. Habitado por los recuerdos e influido por la época, su mundo es a veces muy gráfico, a veces granulado, borroso y oscuro, ocultando tensiones múltiples e irreconciliables. Es una visión compleja, a veces simplificada hasta el extremo, escrita a lo largo de viajes oníricos y solitarios, casi siempre por campos abandonados, pero también por las frías aceras de las ciudades.